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Alejandro Vicchi

¿Crisis? El desafío de la incertidumbre global


Desde el plebiscito por el Brexit de junio de 2016, se van acumulando, en diferentes países, señales de un descontento social que pone en la mira a la globalización comercial.


En sintonía, durante todo el año 2019 los organismos internacionales se turnaron para emitir pronósticos pesimistas sobre la evolución del comercio internacional. La causa sería una combinación entre la desaceleración de la economía y conflictos como la denominada "guerra comercial" entre Estados Unidos y China, que explotó en 2018.




Países que tradicionalmente eran los principales impulsores de la globalización comercial ahora la cuestionan, la condicionan o buscan reformularla, a veces torpemente. Estados Unidos ha llegado a bloquear el funcionamiento de un órgano clave de la OMC.


En Europa ganan espacio político los partidos antiglobalización y los gobiernos moderados se ven llamados a atender los reclamos sociales y ambientales en perjuicio de la agenda de liberalización, como hizo el presidente francés Macron objetando el tratado de la Unión Europea (UE) con el Mercosur.


Para Sofía Sternberg, del Observatorio de Coyuntura Internacional y Política Exterior (Ocipex), en el plano internacional hay "tres dinámicas principales: una ralentización general de la demanda, el nivel creciente de tensión geopolítica y económica entre Estados Unidos y China, y un plurilateralismo normativo Norte-Norte y Norte-Sur en ascenso, de la mano de la crisis de la OMC y los denominados acuerdos de nueva generación".



Julieta Zelicovich, profesora de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) e investigadora de CONICET, observa que "las resistencias a la globalización tienen dos dinámicas: a nivel de la sociedad y los movimientos sociales, expresan los efectos distributivos que generó la globalización; a nivel estatal, estas nuevas tendencias políticas obedecen a una disputa estratégica por el poder y la capacidad de hacer las normas y cómo se ordenará el mundo en los próximos 20-50 años; la disputa por el 5G es un ejemplo".


En coincidencia con ese enfoque, Héctor Arese, director de la Maestría en Comercio Internacional de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), menciona "fuerzas de acción y reacción" que actúan en paralelo en diferentes planos.


"A nivel de la unidad política (Estado-Nación) aparecen tensiones en dos órdenes: por un lado en la disputa de los espacios de influencia económico-comerciales a escala global (China-EE.UU.) y en cómo la irrupción de un nuevo jugador, China, viene estilizando un nuevo mapa de poder a escala global", dice Arese; "por otro lado, a nivel endógeno -dentro los países-, emerge la necesidad de dar respuestas a grupos que, se "ven y sienten" periféricos dentro de sus propios países (Chile, Francia, o la misma Gran Bretaña)".


De acuerdo a la mirada de algunos analistas, esos dos niveles se retroalimentan.


Pablo Aldea, coordinador de la carrera de comercio internacional del Instituto Privado de la CAC, considera que "en muchos casos estas decisiones de diferentes gobiernos son medidas para calmar al pueblo echándole la culpa de la desigualdad al libre comercio cuando en realidad en la historia de le economía mundial nunca hubo un crecimiento tan marcado como desde la creación del GATT".


Para Juan Ignacio Peña, coordinador de comercio exterior de la Fundación Meridiano, "el intento de reformulación de la globalización por parte de Estados Unidos y la UE ocurre tanto en respuesta al descontento social sobre la distribución de los beneficios del sistema como a las dificultades de seguridad que implica el outsourcing (en especial en materia tecnológica) de la producción industrial".


En el plano estrictamente comercial, hay coincidencia en que el ascenso de algunos actores modifica el curso de los acontecimientos.


"El condicionamiento de la globalización comercial puede ser entendido en parte, como una respuesta de los países desarrollados a un contexto en el que los países emergentes vienen aumentado su participación tanto en el PBI mundial como en el comercio internacional", dice Juan Manuel Rizzo, economista y profesor de la tecnicatura en Comercio Internacional del IFTS-5.


Peña, de la Fundación Meridiano, señala "el corrimiento del eje del comercio desde occidente hacia Asia-Pacífico, con la formulación del RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership) como un fenómeno central en la gravitación del comercio".


La economista Romina Gayá, investigadora de la Universidad del Salvador, observa una redefinición de roles: "No hay duda de que Estados Unidos está corriéndose del liderazgo en defensa del multilateralismo y el comercio global; no obstante, Trump no va a estar siempre, por lo cual habrá que ver si esa posición es temporal o permanente".


"De todas formas, que se haya renegociado el Nafta en lugar de tirarlo por la borda no es menor; se pusieron condiciones pero hay que destacar la voluntad de preservar el acuerdo".


"La UE es quien ocupó el lugar de defensor del multilateralismo y el regionalismo", continúa Gayá; "no es un dato menor que en estos tiempos firmó acuerdos con Canadá, Japón o Mercosur".


Aldea, por su parte, relativiza la convicción de la UE: "La firma del acuerdo con Mercosur no fue más que una pantalla de apoyo a las negociaciones y a la imagen de los países, pero estoy un 99% seguro que el acuerdo no será ratificado ni este año ni en los años venideros porque las asimetrías existentes entre los dos bloques y la intención de cada uno son muy disímiles".


Por otro lado, Gayá indica que China dejó el papel más pasivo que tuvo desde su ingreso a la OMC en 2001; "después empezó a involucrarse y luego a intentar definir reglas directamente".


"Ante la crisis de la OMC, ha buscado tener más influencia en las relaciones internacionales por otras vías y lo está logrando".


Paradójicamente, los países donde más fuerza cobran las expresiones críticas del sistema mundial de comercio son los supuestos ganadores del modelo. ¿Por qué ocurre esto?


Zelicovich dice que "durante los últimos 15-20 años las clases medias de los países desarrollados se vieron perjudicadas en términos relativos vis a vis los países en desarrollo; efectivamente en la globalización no ganan todos".


Peña observa que "aquellos 'caídos' del mundo global solo encuentran desventajas, tales como perder sus trabajos frente a mano de obra barata o tener que recibir fuertes mareas migratorias, ejemplos de la otra cara de la liberalización".


Para Aldea, "la gente desconoce realmente los beneficios que el comercio o la integración le trajo a cada uno", mientras que Rizzo advierte que "la respuesta puede traer más problemas que soluciones: ese nacionalismo que empuja al Reino Unido a abandonar el proceso de integración europeo, podría causarle serios problemas económicos y pone al país al borde de una posible desintegración".


"No hay que pedirle a la globalización más de lo que puede dar", dice Romina Gayá; "ofrece oportunidades que hay que saber aprovechar y plantea desafíos con los que hay que lidiar; hay países a los que les ha ido muy bien y otros muy mal, pero eso ha dependido especialmente de las políticas domésticas".


"Países como la Argentina no supieron aprovechar lo bueno de la globalización ni mitigar lo negativo", opina la economista.


Víctima colateral

"La OMC es el 'daño colateral' de esta disputa de poder y cuestionamiento a la globalización", señala Julieta Zelicovich. "De momento el sistema se ha vuelto menos multilateral con la guerra comercial y acuerdos bilaterales que rompen con los principios del régimen (como el reciente anunciado entre China y EE.UU. o entre EE.UU. y Japón)".


Romina Gayá considera que "lo más valioso que tenía la OMC era su sistema de solución de controversias, pero el bloqueo de Estados Unidos al nombramiento de integrantes del Órgano de Apelación dejó al sistema multilateral de comercio sin esta herramienta clave; es esencial encontrar una solución rápida para ese tema".


Para Paloma Ochoa, especialista de la Fundación ICBC, "la crisis de la OMC se inscribe dentro de un fenómeno más amplio que es el descrédito de las organizaciones internacionales del siglo XX, que ya no parecen responder a las necesidades y reconfiguraciones de poder actual".


"En el mundo al que vamos la OMC indudablemente va a tener un rol diferente", dice Gayá; "queda por definirse si quedará reducida a la irrelevancia -en una línea como la visión de Trump para quien ya no sirve- o si veremos otro tipo de multilateralismo".


"La OMC tal como la conocemos claramente hoy no funciona bien", continúa la economista, "sus bases fueron pensadas para un mundo completamente distinto del actual, hay que repensarla: se necesita un esquema absolutamente diferente y que sea flexible para poder dar resultados y adaptarse a los cambios económicos, tecnológicos, políticos".


Zelicovich (UNR) ratifica que "los países siguen necesitando un orden basado en normas", sobre todo porque "en ese menor multilateralismo los países en desarrollo como Argentina enfrentan mayor vulnerabilidad y menor capacidad de incidir en la formación de normas del sistema y de defenderse ante los embates de quienes tienen mayor poder relativo".


Coincide Ochoa, quien destaca que "un mundo sin reglas es más perjudicial para los que no tienen poder" pero aclara que "esta situación no es privativa de países en desarrollo; en la puja entre China y EE.UU., actores desarrollados pero no centrales, como la UE y Canadá, por ejemplo, también se sienten amenazados, y de ahí el interés por proponer reformas que permitan 'salvar' el sistema".


Gayá advierte que "no diría que vamos a un mundo más cerrado sino a un nuevo modelo, más bien estructurado en torno a bloques, donde los liderazgos se están redefiniendo entre Estados Unidos y China y también dentro de la UE".


¿Qué posición deberían asumir los países en desarrollo y particularmente la Argentina?


Sofía Sternberg de Ocipex considera que "Argentina debería avanzar hacia una estrategia de comercio administrado (a fin de no dilapidar el superávit "contractivo" heredado frente a una eventual reactivación), balance estratégico entre ambas potencias y, finalmente, de revisión integral de los acuerdos negociados con la UE y EFTA, seguida de una exploración de esquemas de tipo Sur-Sur con bloques complementarios (Asean, Magreb, Comunidad Económica Eurasiática, entre otros)".


Ochoa coincide en que "el país debe evitar quedar envuelto en la dinámica de conflicto que están planteando los dos actores antagónicos".


Peña, de la Fundación Meridiano, destaca la necesidad de "entender que políticas de desarrollo y política exterior deben atender a los mismos intereses para funcionar de forma virtuosa".


Parece importante concluir con el recordatorio que hace Romina Gayá: "Es impensable que un país pueda desarrollarse siendo una economía cerrada, pero para insertarse en el mundo se necesitan políticas económicas, sociales e institucionales consistentes que acompañen y eso en la Argentina -tal como en muchos países en desarrollo- ha fallado sistemáticamente".



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